Este mes de diciembre, después de cuatrocientos años, Júpiter y Saturno volverán a verse “juntos” en el poniente al atardecer. En la antigüedad, uno se asociaba con la realeza y el otro con los tiempos, así que su traslape en el cielo se podía descifrar como la llegada de un nuevo rey. Por eso, tradicionalmente, se ha especulado que la famosa “Estrella de Belén”, la que pregonó el arribo del Mesías, pudo ser precisamente una conjunción de estos astros en el cielo de la Nochebuena. En el año 7 a. C. ambos planetas se ciñeron en el firmamento y permanecieron anexos durante varios meses, más o menos el tiempo que tomaría viajar los 1,500 kilómetros entre Persia y la región de Judea. Además, Jesús de Nazaret debió nacer antes del año 4 a. C. porque el rey Herodes, el que ordenó la matanza de los inocentes, murió ese año. Pero Mateo, que es el único de los evangelios que registra el relato de la estrella y que fue escrito hasta el 80 d. C., pudo estar influido, más bien, por el fulgurante paso del cometa Halley que coincidió con la visita de una caravana de sabios de oriente a Nerón en el 66 d. C. Nadie puede asegurar cuál de estas posibilidades podría ser la correcta, si es que alguna lo es, por lo que puede tratarse más de un concepto teológico que de un registro histórico. Naturalmente, Júpiter y Saturno suelen avenirse en los cielos terrestres aproximadamente cada 20 años, pero la última vez que se abrazaron tanto como ahora fue en 1623 y no volverán a hacerlo hasta 2080. Durante la conjunción del próximo 21 de diciembre en Guatemala, quien goce de visión perfecta descubrirá ambos luceros apenas desprendidos entre sí, pero quien no, podrá admirarlos amalgamados en el cielo crepuscular evocando el evangelio: “y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo”.